El que pudo haber sido, y de hecho fue, una cara bonita, un ídolo de adolescentes, hace ya unos años que se convirtió en mucho más, gracias a una astuta y valiente selección de papeles cinematográficos y a la solidez con la que este gallego, que se fogueó en la interpretación en Barcelona y se licenció en Madrid, resolvió esos personajes tan alejados de la imagen de sus incursiones en el romanticismo contemporáneo de Federico Moccia y en las series televisivas más o menos complacientes con su imagen.
Mario Casas (A Coruña, 1986) estrena una película con la ambición del gran romance cinematográfico, una de esas historias bigger than life, más grandes que la vida, en la que florece un romance arrebatado e inconveniente mientras el mundo se hunde alrededor. Como Rick y Elsa en Casablanca, Reth y Scarlett en Lo que el viento se llevó, Karen y Dennys en Memorias de África, Jack y Bobby en Habana o Lazlo y Catharine en El paciente inglés.
Esos son, nada menos, los títulos en cuya liga juega Palmeras en la nieve, adaptación de la novela homónima de Luz Gabás y ambientada en los compases finales de la colonia de Fernando Poo, en la Guinea española. Casas interpreta a Kilian, un joven aragonés que llega a la colonia a trabajar con su padre y su hermano en una plantación, y Berta Vázquez, a la joven enfermera guineana Bisila, de la que se enamora.
¿Para un actor, un papel en una película como esta es un regalo?
Participar en una gran película siempre apetece y siempre te pone nervioso. Pero cada proyecto es distinto y tiene sus retos, tenga o más o menos presupuesto. A veces, el tamaño de la producción va a la contra, si piensas en todo lo que se espera de ella. Termina perjudicando a lo que quieres contar con el personaje. Yo prefiero introducirme en el guión, empaparme del personaje, y lo que ocurra a partir de ahí se me escapa.
La referencia era más al tipo de película, de historia.
Sí, la historia es un lujo. Es un tipo de película que estamos acostumbrados a ver en el cine americano, sobre amores que traspasan la pantalla, como El paciente inglés o Leyendas de pasión. Y creo que, con muchísimo menos presupuesto, hemos logrado hacer algo grande.
¿Qué pensó cuando le ofrecieron el papel de Kilian?
Es un caramelo. Me gustó desde que me llegó el guión. Al principio iba a ser un telefilme, pero los productores vieron el filón en la historia y decidieron hacer una película, una de esas sesiones de cine de sentarte y disfrutar de un gran relato visual. Además, es una historia que vivieron los españoles en su día, me gustó la idea de contar esas vivencias de nuestros abuelos y bisabuelos, una historia que también es la de los nuestros y que por eso conecta con la gente. Y Kilian es un héroe clásico, romántico, que tenía muchas ganas de hacer. Cualquier actor querría sumergirse en algo así.
¿Qué le resultó más atractivo de Kilian?
Que contempla el mundo con inocencia, con la pureza de no conocer casi la vida, y que a lo largo de la historia madura, hasta los 38 años. Hacer ese viaje, de la inocencia a la madurez, era muy atractivo.
Para él, el tópico de descubrir el mundo fue literal, viajando desde Huesca hasta Guinea.
Claro, hoy tenemos muchos más medios que hace 55 o 60 años, viajar es mucho más fácil. Pero entonces, no, un chaval de 18 años que se fuese a trabajar con su hermano y su padre a África llegaba a un continente exótico y se topaba con culturas que desconocía, otras etnias… Todo eso hace que sea un viaje que merece ser contado. Me gusta que se cuente ese pasado español y que se cuente a través de los ojos de mi personaje. Él sueña que le espera algo idílico, y cuando pisa Guinea, día tras día, descubre que no es un paraíso porque en él habitan las miserias del comportamiento humano.
Como gallego, tendrá historias familiares de emigración.
Sí, como todos, diría. Mi familia por parte de madre estuvo en Suiza, en Alemania; la emigración está en nuestra sangre, la necesidad de buscarse la vida en los momentos difíciles. Pero lo mejor fue que tuve la oportunidad de hablar con colonos españoles, fue muy emocionante verlos entrar con Luz Gabás, la autora de la novela, en el set de rodaje. Se quedaron paralizados con la recreación que el equipo de producción había hecho de Guinea. Decían que el viejo hospital o las casas eran exactamente así. El trabajo de Antón Laguna, diseñador de producción, fue un prodigio de documentación.
Ese entorno colonial, aunque sea a través de Hollywood, es un territorio conocido para el espectador, y casi choca que el cine español no haya trabajado igual sobre sus colonias.
Sí. Tenemos una gran historia en nuestro país por haber tenido colonias y por la emigración, y es muy curioso porque Palmeras en la nieve habla de una colonización que ocurrió hace muy poco, no estamos hablando del siglo XVIII sino de hace 60 años. Además, la película tiene algo muy actual, que hace que empatice de forma muy fácil con el público. Me cuesta ser objetivo, claro, pero me parece que visualmente han trabajado muchísimo en esta película. Te quedas en shock por el impacto visual.
El reparto es coral, ¿cómo convivió con los demás actores?
La mayor sorpresa es que todos los nativos están fantásticos pese a que muchos no son actores. Eva Leira y Yolanda Ramos, las directoras de casting, hicieron un trabajo exhaustivo. En cuanto a los más veteranos, como Emilio Gutiérrez Caba, rodar con gente así te deja huella y aprendes del poso, la mirada, la voz, el respeto hacia el equipo. También me gustaría reivindicar a Alain Hernández, que hace de mi hermano Jacobo. Y claro, Berta Vázquez. Creo que son nombres que van a seguir en el panorama por muchos años.
¿Rodar con su pareja, Berta Vázquez, es una ayuda o un problema?
Mira, estás interpretando, sea con tu pareja o con tu padre; sería un error tomárselo de otro modo. No eres un profesional si juegas a otra cosa mientras ruedas, no puedes estar de ligoteo, es una falta de respeto hacia el personaje y la película. Vienes a trabajar, no a ligar. Y en el fondo, las secuencias más calientes son las más técnicas.
No es por las escenas más tórridas sino, en general, por la historia de amor.
En todos los rodajes me meto en mi música y apenas salgo de ahí si no es para rodar. En cuanto a las escenas más subidas de tono, es el momento en que uno es menos actor y donde más fuera del personaje te sientes, porque tienes a 50 personas alrededor que quieren que todo esté bien, todo el mundo habla muy bajito, y es peor. Yo les pedía que hablaran normal. Es lo más desagradable de nuestra profesión porque te expones mucho y en el fondo son ejercicios muy técnicos. Quiero decir, o estás haciendo Nimphomaniac, que lo lleva todo más lejos, o es todo muy técnico.
Ha mencionado que escucha música. ¿Tiene muchos rituales rodando?
Cuando ensayo, algunos me dicen que uso el método, que me llevo los personajes, pero no es desde ahí desde donde enfoco el trabajo. Si trabajo con el método, es de forma inconsciente. Pero sí, por las mañanas me pongo mi música escogida para cada película. La uso para concentrarme y cada vez hablo menos en los rodajes. Procuro convivir con el equipo los fines de semana, pero durante el rodaje estoy muy concentrado.
¿Qué música oía en Palmeras…?
Hans Zimmer. Música épica, 12 años de esclavitud, parte de la banda sonora de Origen. Zimmer es un número uno.
Este año también ha estrenado Mi gran noche, en la que de nuevo Álex de la Iglesia le ha colocado en un papel muy extremo. Él dice que le gusta hacerle perrerías.
Los papeles que hago con Álex están muy pensados, tenemos muchas conversaciones sobre ello. En Mi gran noche, yo sabía lo que quería hacer y Álex me dejó probar. Me deja volar, crear, y, para un actor, al menos en los ensayos, es muy importante que te dejen darte hostias. Álex siempre me ha demostrado que confía en mí, deja que pruebe.
Tanto en Mi gran noche como en Las brujas de Zugarramurdi, sus personajes están muy lejos de los que le dieron popularidad. ¿No le preocupaba jugar a la contra con su imagen?
No, en absoluto, no pienso en esos términos. Asumo el riesgo de lo que estamos intentando. Con el personaje borderline de Las brujas el miedo era pasarme o quedarme corto, no quería hacer una barbaridad pues en la comedia hay que estar en la línea perfecta. Pero estoy deseando hacer esas cosas. No me veo como un galán, intento que me ofrezcan la mayor variedad de cosas posibles, y al final me da igual la imagen que proyecto. Sé cómo soy y no me preocupa el resto. Si es un desafío y puedes hacerlo con alguien como Álex, siempre apetece.
Ya cambió de registro en una película, La mula, que tuvo una suerte triste por un conflicto de la producción.
Es un personaje que hubiese sido un impasse. Yo era muy joven, los problemas con la producción supusieron el chasco profesional más grande que me he llevado. Sufrimos mucho. Secun de la Rosa y yo lo pasamos muy mal, no podíamos creer que después de tres meses rodando saltara todo por los aires la última semana. Pero son cosas que no están en tu mano. Ojalá que la película algún día tenga la vida que se merecía. Fue una historia muy triste, y por eso en el Festival de Málaga, cuando me dieron el premio, me puse a llorar, a pesar de que no soy de los que dan excesiva importancia a los premios.
Era un personaje muy alejado de los tipos en los que había trabajado en otras ocasiones.
Preparé mucho el personaje con Michael Radford, que es un genio. Yo no pienso que he trabajado con un director que abandonó el rodaje sino con el director de El cartero y Pablo Neruda. Cuando supe que iba a hacerlo, me fui a Andújar a vivir unas semanas. Nada más llegar me encontré a un chaval, que hoy es mi amigo, y me gustó su acento. Me llevó a su casa con su chica y su familia, y pude grabar el guión con su acento. Y después, claro, mi mula, con la que pasé muchísimos meses. Aprendí a que me obedeciera, creé un mundo interior con esa mula como el que tenía el personaje y que acabó siendo real.
Está pendiente de estreno Los 33, sobre los mineros atrapados en una mina en Chile. ¿Fue un rodaje muy duro?
Sí. Si hablas con Antonio Banderas, te lo dirá. Pasamos dos meses en dos minas reales, entrando a las ocho de la mañana y saliendo solamente una hora para comer. Creo que Patricia Riggen, la directora, quería ponernos a prueba, que viviéramos un pelín la tragedia de los mineros.
¿Ya la ha visto?
La vi en Los Ángeles y la verdad es que es muy emocionante. Era mi introducción en el inglés y mi miedo era brutal, porque además en el reparto estaban Juliette Binoche, Rodrigo Santoro…, uno tiene un respeto enorme, y a eso, añade el idioma. El idioma te destroza, así que lo preparé mucho con una coach. Y Antonio (Banderas) me ayudó mucho. Para mí acabó siendo un gran viaje personal, y haber conocido a Antonio me cambió. Es verdad que lo conocía por El camino de los ingleses, mi primera película, pero yo entonces era muy joven.
¿En qué sentido le cambió?
Todos deberíamos aprender de su manera de gestionar las cosas, de esa humildad que está al alcance de muy pocos. Me gusta mucho el respeto con el que trata a todo el mundo. Hace un grupo con todo el equipo de la película y trata a todos con muchísimo respeto. No es que yo no tenga respeto por todos, pero lo de Antonio es excepcional.
¿Qué le debe a H., su personaje en las adaptaciones de Federico Moccia?
Me dio muchísima popularidad, y fue la oportunidad de que un personaje del cine tuviera esa celebridad; en la tele es más fácil. Aún hoy voy a Chile, Colombia o México y soy conocido por H. Ahí ves que el cine llega a cualquier parte.
Aunque usted ya había trabajado en Los hombres de Paco, con Grupo 7 tuvo ocasión de hacer un policíaco puro.
Claro, en la serie era un jovencito. En Grupo 7 empecé a hacerme mayor. Alberto Rodríguez me propuso otro tono, y es el mejor director de actores que hay en este país. En cualquier película de Alberto, todos los actores están bien. Te lleva por el camino que quiere y no te das cuenta. Me enseñó a quitarme vicios de la televisión. En las series, como se rueda tan deprisa, coges vicios, y eso hace que mecanices la interpretación. Me decía: “Cuidado, que haces esto, haces lo otro”. Y me enseñó a ser consciente y corregirlo.
En Ismael, de Marcelo Piñeyro, invirtió un gran esfuerzo dramático, pero la película no fue nada bien.
Al final, el éxito de una película se basa en un conjunto de cosas que tienen que ir a favor. Imagínate que, con Star Wars en la cartelera, Palmeras… no la ve nadie y nos pegamos una leche. Yo prefiero no tener expectativas respecto a la taquilla. Para mí, Palmeras en la nieve es una gran película en la que todo el mundo se ha dejado la vida. Me daría pena que no fuera bien porque de verdad creo que es una buena película y Fernando González Molina es un director que se merece un reconocimiento que aún no ha tenido. Es uno de mis mejores amigos, le debo mucho y se merece mucho. Me parece un visionario.
Acaba de terminar Toro, con Kike Maíllo; tiene por estrenar Contratiempo, de Oriol Paulo; empieza a rodar El bar, en breve, con Álex de la Iglesia… ¿No trabaja demasiado?
Siento que me están dando la oportunidad. El tren está pasando, decidí subirme hace unos años y sigo ahí. Ojalá me tenga que bajar lo más tarde posible. Lo que hago al aceptar una película, en la medida que puedo, es pedir dos o tres meses, para que haya ensayos. No soy de los que pueden empezar a rodar a dos semanas vista. En Contratiempo he estado tres meses con Ana Wagener ensayando porque estamos los dos en una habitación casi todo el tiempo y es muy teatral. Al final, por eso me fui de la televisión. Estaba haciendo El barco y a la vez promocionaba Grupo 7, y creo que en esas circunstancias ensucias todo. Pero cuando acabe El bar quiero escaparme unos meses, sobre todo para estudiar inglés, meterme en una escuela de interpretación trabajando con el inglés.
¿Se ve envejeciendo como actor?
Ojalá, cuando miro al frente, al otro lado del charco, veo a Javier Bardem y, si tengo algún referente como actor, es él, con lo que ha hecho, la capacidad de transformarse. No miro mucho más allá, pero si lo hiciera pensaría en Sacristán o Emilio Gutiérrez Caba. Ojalá sea así.
Aprender inglés, verse en Bardem…, ¿planea irse a Hollywood?
Es una pregunta bonita por lo idílico, porque ese es el salto idealizado por todo actor, pero al final lo consiguen un par. Están Penélope, Bardem, Antonio… y poco más. Por eso, pensar en ello me parece un error porque puede crearte ansiedad. Mi objetivo es crecer con los personajes y llegar a los 40 años con un pozo de emociones que me permita interpretar todo tipo de personajes. Lo demás, ya veremos.
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